19 feb 2016

Horror Vacui

Fotograma de El Cuento de la Princesa Kaguya.
Recuerdo con especial cariño los momentos después de leer cuando era pequeño. Me podía pasar largo tiempo sentado o acostado pensando, reflexionando o simplemente con la mente en blanco, asimilando lo que había leído.

Hoy, las tornas han cambiado. No solo no leo tanto como me gustaría sino que tiendo a rellenar los huecos de reflexión con la fría luz de la pantalla de mi móvil o la de mi ordenador. Mi cuerpo recurre a ella de manera casi inconsciente al soltar un libro. Lo mismo sucede antes de empezar un trabajo, al acabarlo, durante... La tecnología llena de posibilidades nuestro tiempo para impedir que nos aburramos, pero yo descubro que necesito tiempo para asimilar, para aburrirme, para crear.

Hace poco vi una película de esas que cambian la consciencia, que me han hecho escribir de nuevo largo y calmado con lápiz y papel, palabras que ahora transcribo al ordenador.

La película se llama El Cuento de la Princesa Kaguya. La recomiendo encarecidamente. Muy encarecidamente. En serio. Es una joya de la cinematografía, de esas que nos regala Ghibli. Tiene poco más de un año de antigüedad y contrasta tanto con nuestra forma actual de entender el mundo, la vida y el cine comercial que me ha hecho ver las diferencias de una forma diáfana: tenemos horror vacui, un tremendo miedo al vacío y una tendencia a llenarlo todo en todo momento. Nos sucede en nuestros hogares, en nuestras relaciones, en nuestro cine y en nuestra mente. Tenemos horror a estar solos, horror a estar en silencio, horror a pensar y mirar dentro de nosotros.

Visualmente, la película está incompleta. Cada imagen está llena de blancos, con los bordes inacabados y las figuras bocetadas. Nuestra mente puede completar e interpretar los vacíos que faltan, porque sólo se representa lo imprescindible. Sucede todo lo contrario en la animación occidental, donde la vanguardia es sinónimo de un avance tecnológico (y no artístico) que permita representar las texturas, luces y materiales de la forma más realista posible. 

El trasfondo de la película también habla sobre el vacío. Muchas veces tenemos la sensación de que no paran de bombardearnos con la necesidad de llenar nuestras vidas de todo tipo de cosas: una casa mejor, un coche mejor, una fregona mejor, un trabajo mejor, unas vacaciones mejores. Y no es cierto que lo necesitemos. A veces me sorprende darme cuenta de lo poco que uno necesita para ser feliz. En la película se hace un gran hincapié en eso, hay un gran contraste entre lo que sucede cuando haces lo que quieres y lo que sucede cuando haces lo que se supone que deberías hacer para ser feliz.

Por último, me enamora la gran importancia que se da a los ciclos en la película, al paso de las estaciones, al crecimiento, a la madurez. A hacer lo propio a cada momento. Dejo para acabar parte de la canción que va hilando toda la película, que celebra la vida y que, por cierto, podría incluso ser utilizada en un ritual, ¿no?

"Gira, gira, gira
molino, gira 
gira y llama al señor Sol
gira y llama al señor Sol.
Aves, bichos bestias,
pastos, árboles, flores,
traed primavera y verano, otoño e invierno
traed primavera y verano, otoño e invierno"

(recomiendo verla en VOS porque las voces en japonés son estupendas, aunque no escuché la versión doblada al español y por lo tanto no las puedo comparar)

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